lunes, 25 de julio de 2011

EL PURGATORIO Y SANTA CATALINA


   Santa Catalina de Siena tuvo, como tantos otros santos, visiones del Purgatorio, y también del infierno. Aqui reproducimos una breve narración de una de sus experiencias místicas.

   ¿Qué vio usted, madre, durante ese tiempo y por qué retornó su alma al cuerpo? -le pregunté de nuevo-. Le pido encarecidamente que no me oculte nada.

   -Sepa, Padre -me contestó-, que mi alma penetró en un mundo desconocido y vio el premio de los justos y el castigo de los pecadores. Pero aquí me falla la memoria y la pobreza del lenguaje me impide hacer una descripción adecuada de esas cosas. Sin embargo le diré lo que pueda. Tenga la seguridad de que vi la ESENCIA divina y por eso sufro tanto al verme de nuevo encadenada al cuerpo. Si no me lo impidiese el amor a Dios y al prójimo, moriría de dolor. Mi gran consuelo está en sufrir porque tengo la seguridad de que mis sufrimientos me permitirán una visión más perfecta de Dios. De aquí el que las tribulaciones, en lugar de resultarme penosas, constituyen para mí una delicia. Vi los tormentos del infierno y los del purgatorio; no existen palabras con que describirlos. Si los pobres mortales tuvieran la más ligera idea de ellos, sufrirían mil muertes antes que exponerse a experimentar uno de esos tormentos por espacio de un solo día. Vi en particular los tormentos que sufren aquellos que pecan en el estado del matrimonio no observando las normas que él impone y buscando en él únicamente los placeres sensuales». Y como yo le preguntase por qué este pecado, que no es en sí peor que los demás, recibe tan duro castigo, me dijo: «-Porque se le presta poca atención y por consiguiente produce menos contrición y se comete con mayor facilidad. Nada hay tan peligroso como una falta, por pequeña que sea, cuando quien la comete no la purifica cuidadosamente con las aguas de la penitencia». 

   Catalina prosiguió después con lo que había comenzado. «Mientras mi alma contemplaba estas cosas, mi esposo celestial me dijo: ‘-Ves la gloria que pierden y los tormentos que sufren quienes me ofenden. Vuelve por consiguiente a la vida y muéstrales lo extraviados que están y el terrible peligro que los amenaza’. Y como mi alma se mostrase horrorizada ante el pensamiento de retornar al mundo, el Señor agregó: ‘-Lo exige así la salvación de muchas almas; en lo sucesivo ya no vivirás como antes. Abandonarás tu celda y continuamente irás de un lado a otro a través de la ciudad a fin de salvar muchas almas. Yo cuidaré de ti; te traeré y te llevaré; te confiaré el honor de mi SANTO NOMBRE y tu enseñarás mi doctrina a altos y a bajos, a legos, a sacerdotes y monjes; te daré un don de palabra y de sabiduría al que nadie podrá resistir. Te pondré en presencia de los Pontífices y de los gobernantes, tanto de la Iglesia como del pueblo para confundir así la arrogancia de los poderosos’. Mientras Dios se dirigía de esta manera a mi alma, me encontré de pronto, sin poder explicarme cómo, unida al cuerpo. Entonces me acometió una gran pena y vertí copiosas lágrimas durante tres días y tres noches; siempre que recuerdo esto no puedo reprimir los deseos de llorar, y, Padre, no se admire de esto: ¿puedo acaso evitar que mi corazón se sienta destrozado al recordar la gloria que llegué a poseer y de que ahora me siento privada? La salvación de mi prójimo es la causa de esto; si yo amo tan ardientemente a las almas cuya conversión ha puesto el Señor en mis manos, es porque me han costado muy caro. Me han separado de Dios; me han privado del goce de su gloria por un tiempo que todavía me es desconocido».

(Úrsula, de la Orden Tercera de San Francisco)

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