martes, 20 de diciembre de 2011

BEATA ANA CATALINA EMMERICH Y SU ÁNGEL CUSTODIO

  Ana Catalina tenía una gran amistad y una confianza plena con su ángel, a quien veía desde su más tierna infancia. Siendo todavía una niña, cuando sus padres se retiraban a descansar, se levantaba de su lecho y oraba con su ángel de la guarda por espacio de dos o tres horas, y, muchas veces, hasta el amanecer. Su ángel era su guía y compañero. Y ella era como un niño dócil y silencioso en manos de su ángel. 


   Mientras ella no tuvo la dirección espiritual de los sacerdotes de la Iglesia, el ángel era su único guía, cuyas indicaciones regulaban su vida. Pero cuando comenzó a recibir los santos sacramentos y a someterse al juicio del confesor, mostró a éste la misma sumisión y el mismo respeto que antes había mostrado a su ángel.




   Nunca entró en la casa de Dios sin ser acompañada por su ángel custodio, en quien tenía el modelo de cómo debía comportarse en adoración ante Jesús Sacramentado.


   Catalina le había pedido a Dios que la preservara de todo pecado y que le diese a conocer y cumplir siempre su Santa Voluntad. Dios escuchó su oración. La hizo acompañar paso a paso para protegerla e iluminarla por su ángel en su largo viaje de una vida de trabajos, combates y sufrimientos. Él le enseñó cómo afrontar los peligros, soportar los sufrimientos y luchar en los combates. También el ángel le mostraba por adelantado en visiones o símbolos... sus sufrimientos próximos o lejanos, a fin de que pidiera fuerzas para soportarlos.


          Pequeña reflexión: ¿Soy dócil a las inspiraciones y guía de mi ángel custodio?, ¿entiendo que su voz es la misma Voluntad de Dios?, ¿acudo a él con confianza en los pequeños y  grandes problemas de la vida ordinaria y espiritual?, ¿procuro honrarle cada día, en especial los   martes, tal y como marca la Semana del Buen Cristiano?.

ORACIÓN AL ÁNGEL DE LA GUARDA

    Ángel de la Guarda, a quien soy encomendado, mi defensor, mi vigilante centinela; gracias te doy, que me libraste de muchos daños del cuerpo y del alma. Gracias te doy, que estando durmiendo, me velaste, y despierto, me encaminaste; al oído, con santas inspiraciones me avisaste.


   Perdóname, amigo mío, Mensajero del Cielo, consejero, protector y fiel guarda mía; muro fuerte de mi alma, defensor y compañero celestial. En mis desobediencias, vilezas y descortesías, ayúdame y guárdame siempre de noche y de día. Amén.

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