domingo, 9 de marzo de 2014

SIETE DOMINGOS A SAN JOSÉ; SEXTO DOMINGO; REFLEXIÓN DOMINICAL


Sexto Dolor y Gozo
San Mateo 2, 19-23


Glorioso San José, que viste sujeto a tus órdenes al Rey de los Cielos.
Si tu alegría al regresar de Egipto se vio turbada por el miedo a Arquelao,
 después, al ser tranquilizado por el Ángel, 
viviste contento en Nazaret con Jesús y María.

Por este Dolor y Gozo, alcánzanos la gracia de vernos libres de temores, 
y gozando de paz de conciencia, vivir seguros con Jesús y María 
y morir en Su Compañía.

( Ahora reza con piedad y atención un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria )





Sermón del I Domingo de Cuaresma

por el Rvdo. P. Héctor Lázaro Romero
Director de la revista digital "INTEGRISMO"

      Este tiempo de Cuaresma que hemos comenzado, fue instituido como preparación a la Pascua en el Concilio de Nicea, el año 325. Es, ante todo, tiempo de oración, tiempo especialísimo para asistir a Misa, pudiendo, durante la semana para aprovechar los hermosos textos litúrgicos y también, para frecuentar más la confesión y la Sagrada Comunión. Es un tiempo de ayuno y de penitencia. La supresión del “Alleluia” del Gloria, del órgano y de las flores, lo dan a entender. Tiempo penitencial, tiempo reconciliador y purificador, como nos lo recuerda San Pablo en la Epístola de hoy: “He aquí el tiempo propicio, he aquí el día de la salvación”. Nos preparamos para la Semana Santa; por lo tanto, es muy conveniente meditar en los misterios de la pasión por la práctica del Vía Crucis y de otras devociones.

      Tengamos, entonces, presente lo que nos dice San Pablo en la Epístola: el discípulo de Cristo ha de vivir según el Maestro, en la cruz y en la mortificación. No ha de crearse un cristianismo fácil. La Cuaresma nos lo recuerda.

      Hecha esta introducción, vayamos al Evangelio de hoy. Se trata de las tentaciones de Nuestro Señor en el desierto.

      Y comienza diciendo que Cristo fue llevado al desierto por el Espíritu. El Espíritu Santo permite estas tentaciones. Nuestro Señor es tentado en el desierto, en la soledad. La soledad tiene sus bienes y sus peligros: sus bienes; el hombre aislado de cuanto puede distraer sus sentidos se encuentra más fácilmente con Dios, que no es amador del mundo. Sus peligros, pues las tentaciones suelen ser mayores. Dios, de alguna manera, nos llama a la soledad, pues recogerse para rezar es estar a solas con Dios. Esta soledad es necesaria en la medida posible a cada estado. El simple examen de conciencia hecho varias veces al día es ya un recogerse en el desierto que recomiendan los santos. A esta soledad nos lleva el Espíritu.
Nuestro Señor es llevado al desierto para ser tentado por el diablo y allí ayunó cuarenta días y cuarenta noches, dice el texto evangélico.

      Santo Tomás de Aquino, en su Suma Teológica, en la IIIª parte, q. 41, explica porqué Cristo quiso ser tentado: En 1er lugar, nos dice que Cristo se ofrece por propia voluntad a ser tentado; de otra manera, el diablo no se hubiese llegado a tentarlo. Luego da 4 motivos: Primero, para darnos auxilio contra las tentaciones. Por lo que dice San Gregorio: “No era indigno de nuestro Redentor querer ser tentado, puesto que vino para ser muerto, para que así venciese nuestras tentaciones con las suyas, como venció nuestra muerte con la suya."

      Segundo, para advertencia nuestra, para que nadie, por santo que sea, se tenga por seguro y exento de tentaciones. Por eso, se lee en el Eclesiástico: “Hijo mío, si te das al servicio de Dios, tente firme en la justicia y el temor y prepara tu alma para la tentación”.

      Tercero, para dar ejemplo, para enseñarnos de qué manera hemos de vencer las tentaciones del diablo. Y así, dice San Agustín, que Cristo se ofreció al diablo para ser tentado, a fin de ser nuestro mediador en superar las tentaciones, no solo con la ayuda, sino con el ejemplo.

      Cuarto, para movernos a confiar en su Misericordia. Por esto, se dice en la Epístola a los Hebreos: “No es tal el Pontífice que tenemos que no sepa compadecerse de nuestras flaquezas, pues fue tentado en todas las cosas, para asemejarse a nosotros, fuera del pecado”. Así concluye Santo Tomás.

      Tomemos dos grandes ejemplos de tentaciones, en las vidas de San Antonio, Abad,  y de Santa Catalina de Siena. Leemos en la vida de San Antonio, que el diablo, no pudiendo tolerar los santos propósitos de Antonio, comenzó a traerle a la memoria el recuerdo de las riquezas, de su hermana abandonada, de su antigua vida, de sus comodidades y banquetes, comparando todo esto con el rigor de la vida que había abrazado. Le traía pensamientos impuros e incluso llegó a aparecérsele el espíritu de la impureza. El Santo a todo resistía. Llegó el diablo a lastimarlo corporalmente y a aparecérsele bajo la forma de feroces animales. Pero el Señor vino en su ayuda, levantó el Santo sus ojos y vio un rayo de luz; los demonios, entonces, huyeron. Antonio le preguntó “¿dónde estabas? ¿Cómo no viniste a calmar mis dolores?” Entonces, Nuestro Señor le contestó: “Aquí estaba, Antonio, contemplando tu lucha”.

      También Santa Catalina de Siena habiendo sido atacada muy duramente por el demonio con multitud de tentaciones deshonestas. Eran muy fuertes y duraron largo tiempo. Hasta que un día, Nuestro Señor se le apareció y ella le dijo: “¿Dónde estabas, Dulce Señor, mientras mi corazón se veía en tantas tinieblas y suciedades?” A lo cual Él le respondió: “Yo estaba dentro de tu corazón, hija mía” “Y, ¿cómo” -replica la Santa- “podías vivir en medio de tanta inmundicia?” Y el Señor le dice: “Dime, esos pensamientos malos, ¿te causaban placer o tristeza, amargura o deleite?” Y Catalina contesta: “Extrema amargura y tristeza” Y Jesús continuó: “¿Y quién infundía esa amargura y tristeza en tu corazón, sino Yo, que estaba oculto en tu alma?

      Que estos ejemplos de Santos nos ayuden en la lucha contra las tentaciones en nuestro combate espiritual. Debemos aprender a conocer las trampas que nos pone el enemigo de nuestra salvación, aprender a conocer, como dice San Ignacio, las buenas y malas mociones que podemos tener en el alma. Las buenas para recibir, las malas para rechazar. El Santo enumera las reglas de discernimiento de espíritus en su librito de los Ejercicios espirituales.

      De ellos recordemos la 1ª, que nos dice que en las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, el mal espíritu presenta mayores placeres para conservarlos en sus vicios y pecados, mientras que el bueno, por el contrario, le trae remordimientos.

      Y también recordemos la 2ª regla: en las personas que van purgando sus pecados y avanzando en la vida espiritual, el mal espíritu obra al revés que en la 1ª, da tristeza, pone impedimentos, falsas razones para que no adelante; mientras el buen espíritu da ánimo y fuerzas.

      El mal espíritu quiere nuestra ruina y condenación. Por eso, como dice San Juan Crisóstomo, no debemos creerle, cerrarle por completo los oídos y aborrecerlo cuando nos halaga. Nos tiene declarada guerra sin cuartel, y pone más empeño en perdernos que nosotros en salvarnos. No hagamos nada de lo que a él le gusta y así cumpliremos lo que agrada a Dios.

      Continuando con el Evangelio, Nuestro Señor quiere prepararse para su vida pública con cuarente días de ayuno, como también lo habían hecho ya Moisés y Elías. Quiere darnos ejemplo y enseñarnos a despreciar el placer material, prefiriendo los placeres espirituales de la oración.

      Luego del texto evangélico nos indica las tentaciones de que fue objeto Nuestro Señor; la materia de la tentación es triple: es tentado de gula, de vanagloria y de ambición.

      En primer lugar, la gula: “Habiendo ayunado tuvo hambre, y acercándose el tentador, le dijo: -Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Pero Él le respondió diciendo: -Escrito está: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Santo Tomás afirma que no es gula usar de las cosas necesarias para el sustento de la vida, pero sí lo puede ser cometer algún desorden por el deseo de sustento. Y aquí había desorden, pues podía procurarse alimento por medios humanos, siendo inútil un milagro. Nuestro Señor nos enseña aquí, que el alimento espiritual deber ser el principal alimento del cristiano.


      La segunda tentación es de vanagloria: “Llevóle, entonces, el diablo a la ciudad santa y poniéndole sobre el pináculo del templo le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo, pues escrito está: A sus ángeles encargará que te tomen en sus manos para que no tropiece tu pie contra una piedra. Díjole Jesús: -También está escrito: “No tentarás al Señor tu Dios”. El diablo pide aquí a Nuestro Señor una prueba de Su Divinidad. Cristo nos enseña aquí, a vencer al demonio, no con milagros, sino con paciencia y longanimidad, dice San Juan Crisóstomo, sin dejarnos llevar nunca por la ostentación y la vanagloria.

      La tercera tentación es de ambición: De nuevo le llevó el diablo a un monte y mostrándole todos los reinos del mundo y su gloria le dijo: "Todo esto te daré, si postrado, me adorares: Díjole entonces Jesús: -Apártate, Satanás, porque está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo darás culto”. Entonces, el diablo le dejó y llegaron ángeles y le servían." Aquí, el demonio promete a Cristo el poder, a condición de cometer el mayor de los crímenes: servir al diablo, adorarlo. Nuestro Señor rechaza resueltamente, solo se adora al verdadero Dios. Sin embargo, cuántos en el mundo de hoy para alcanzar al poder no tienen escrúpulos en cometer los mayores pecados.

      Recordemos, sobre la tentación, que tener tentaciones no es pecado, aunque se debe evitar la ocasión de ser tentados, pero la tentación no es pecado. Pues sentir no es consentir, como se dice; sentir la tentación solo será falta si se consiente en ella.

      De todo esto sacamos como lección, que Cristo nos enseño a vencer las tentaciones: en primer lugar, usando la palabra de Dios; en segundo lugar, recordando los mandamientos divinos y, en tercer lugar, conociendo las asechanzas del tentador, no cooperando con él sino rechazándolo con gran confianza en Dios y con autoridad.

      Para terminar, San Francisco de Sales enumera los remedios contra las tentaciones: “1º, LA ORACIÓN, como los niños que en el peligro recurren a su madre; así hemos de hacer nosotros con Dios ante la tentación. 2º, LA SANTA CRUZ, por la que fue vencido para siempre el diablo. 3º, la lucha y EL RECHAZO de la tentación, rechazarla con todas nuestras fuerzas. 4º APARTAR LA MENTE: no mires cara a cara a la tentación. Pon los ojos solamente en Nuestro Señor, pues si te fijas demasiado en ella, sobre todo si es muy violenta, te expondrías a ser vencido”, dice el Santo. 5º, OCUPARSE EN BUENAS OBRAS que nos hagan olvidar las tentaciones, 6º remedio contra la tentación, abrir la conciencia a un DIRECTOR ESPIRITUAL y último remedio, no discutir CON EL DIABLO, NO RESPONDERLE, sino con las mismas palabras que le dirigió Nuestro Señor: Apártate de mí, Satanás, pues está escrito “Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo servirás”.

      Que Nuestro Señor Jesucristo nos ayude en la lucha contra las tentaciones.


NOTA IMPORTANTE: 


El Rvdo. P. Héctor Lázaro Romero, tiene a bien celebrar ocasionalmente 
el Santo Sacrificio de la Misa por las personas e intenciones 
de nuestros amigos y lectores, así como por el alma de sus difuntos. 

Si alguien quiere aplicar una Santa Misa por alguna cuestión particular, 
sólo tienen que escribirnos un mail a traditio@hotmail.com


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