domingo, 15 de junio de 2014

SERMÓN PARA LA FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, por el Rvdo. P. Héctor Lázaro Romero, Pbro.


     En el Evangelio escuchamos a Jesús Resucitado decir a Sus Apóstoles sobre una montaña de Galilea: “Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28, 19). Es la única vez que aparece en todos los Evangelios en labios de Nuestro Señor las 3 Personas nombradas con orden y explícitamente. Jesucristo manda a Sus Apóstoles enseñar a los hombres con un misterio incompresible. Porque en sí es incomprensible, pero hace comprensible todas las cosas, todo el universo. Porque es el centro y el punto de partida y el punto final de todo lo que existe. Es como el sol que no se puede mirar y que ilumina todo. 

    
     La civilización cristiana debe su existencia a este Misterio, es este Misterio el que destruyó los antiguos ídolos de la humanidad. Es este Misterio de la Unidad y Trinidad en Dios. Y ahora de nuevo el mundo vuelve al paganismo, ¿por qué? Porque la fe en la Trinidad se apaga. En el nombre de Dios Uno y Trino se halla no sólo la verdadera civilización, sino también nuestra santificación y salvación eterna. Dios es Uno solo, pero en Él hay tres personas verdaderamente distintas:
1) El Padre (la primera persona, que no procede de ninguna otra).
2) El Hijo (la segunda persona, engendrado por el Padre).
3) El Espíritu Santo (la tercera persona). 

     Las tres personas son iguales, cada una es Dios, pero no hay 3 dioses, porque tienen la misma esencia y naturaleza divina. No estamos diciendo que 3=1, o que 1=3, sino que Dios es Uno si miramos a su naturaleza, y es Trino, si miramos a las personas que tienen esta única naturaleza divina. ¿Pero cómo es posible que haya una única naturaleza divina idéntica en 3 Personas? Aquí nos topamos con el gran misterio (un ejemplo muy lejano que puede ayudar: el alma es una sola pero tiene tres potencias). 

     Este Misterio es demasiado grande para que podamos comprenderlo con nuestras pequeñas cabezas. Debemos creerlo y adorarlo humildemente. ¿Por qué? Pues porque Dios ‒que no puede engañarse ni engañarnos, según nos enseña el Catecismo‒ nos lo ha revelado, más concretamente lo ha revelado el Dios hecho hombre, Jesucristo, 2ª Persona de esa misma Santísima Trinidad.

       ¿Pero para qué, podríamos preguntarnos, Dios nos reveló un misterio que no podemos comprender? El dogma de la Trinidad es la confidencia más sublime que Nuestro Señor nos haya hecho a nosotros, pobres creaturas; es además la fuente de donde proceden nuestros sentimientos de amor a Dios y al prójimo.

     Es decir que nos fue revelado para que amásemos mejor a Dios. Dios Padre creó el universo para nosotros, para que admirando y disfrutando de la belleza y de la bondad creadas comprendiésemos mejor su amor y su gloria.

     Dios Hijo tomó nuestra naturaleza con sus debilidades, padeció y murió por nosotros. Quiso habitar entre nosotros y hacerse nuestro alimento.

     Dios Espíritu Santo, que no es sino el amor del Padre y del Hijo, habita en las almas y las santifica por la Gracia. Así comprendemos mejor el amor de este Dios Uno, que se nos reveló también Trino, por nosotros.

     Este misterio también nos fue revelado para que amáramos mejor a nuestro prójimo. Nuestro Señor rezó en la Última Cena por sus discípulos: “para que todos sean uno, como Tu, Padre, en Mi y Yo en Ti somos uno” (Juan 17, 21). Debemos amar a nuestro prójimo a imitación del amor que se tienen las 3 divinas personas. La más hermosa oración que podemos dirigir a la Santísima Trinidad es la Santa Misa, así como la mejor obra que podemos hacer en honor de la Santísima Trinidad es la caridad para con nuestro prójimo.

     De ahí entonces la importancia de este misterio en nuestra vida:
- nacemos y somos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo;
- vivimos y comenzamos todo acto de la vida espiritual, recibimos las absoluciones y las bendiciones en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo;
- morimos y volvemos a la Santísima Trinidad (al Padre que nos creó, al Hijo que nos redimió, al Espíritu Santo que nos santificó).


     Estamos hechos, el hombre está hecho, nos lo dice el Génesis, a imagen y semejanza de Dios. Estamos hechos a imagen y semejanza de un Dios Trino; en nosotros hay una imagen y semejanza de la Santísima Trinidad. Hay en nosotros, como dice San Bernardo, una trinidad creada: la mente que comprende, el corazón que ama y la voluntad que gobierna las acciones. Con esta trinidad creada que hay en nosotros debemos alabar a la Trinidad increada, creyendo con la mente, amando con el corazón, y obrando con la voluntad. De esa manera imitamos este misterio de la mejor manera.

     Veamos un poco:

   1) Creyendo con la mente. En las letanías de la Virgen decimos: “Sancta Trinitas, unus Deus”. Las 3 Personas son distinguibles, pero son en todo iguales. Hay un único Dios: 3 personas, pero una única naturaleza divina. Debemos creer este misterio, como dijimos, porque Dios lo ha revelado, aunque no podamos comprenderlo (la fe no contradice la razón, pero la supera). Es el misterio principal de nuestra Fe, debemos creer en él si queremos salvarnos (¡Oh, Santa Trinidad!, decía San Francisco Javier enseñando a los paganos).

   2) Debemos adorar, alabar a la Trinidad, amando con el corazón. Hemos visto como cada una de las Personas merece nuestro amor (el Padre como creador; el Hijo como Redentor; el Espíritu Santo como santificador), y este amor por la Santísima Trinidad tiene que brillar especialmente en la oración, especialmente por la señal de la Cruz y por el “Gloria Patri”. Enrique IV, luego de humillarse en Canosa, se rebeló contra el Papa otra vez y fue con su ejército a sitiar Roma. En el segundo asalto, luego de incendiar las murallas, en medio de las llamas y el llanto de las mujeres y los quejidos de los agonizantes, apareció en una torre el Papa Gregorio VII e hizo la señal de la Cruz contra las llamas, e inmediatamente se apagó el fuego, como si hubiera recibido una lluvia torrencial. Cuántas veces nos sintamos atacados por el demonio, por las angustias o los peligros, hagamos la señal de la Cruz, con lo cual alabaremos a la Santísima Trinidad y experimentaremos en seguida un gran alivio. Que el respeto humano no nos impida hacer la señal de la cruz delante de otros, por ej., cuando pasamos frente a una iglesia o cuando rezamos viajando (p. ej., el Rosario). También la oración del "Gloria Patri" agrada mucho a la Santísima Trinidad. Recémosla varias veces al día a modo de jaculatoria, y nos mantendremos en presencia de Dios.

   3) Debemos alabar a la Santísima Trinidad obrando con la voluntad. Debemos obrar valientemente para reproducir en nosotros a la Santísima Trinidad. Nuestro Señor dijo: “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto” (Mt. 5, 48) ¿Qué debemos hacer para ello? Debemos tener en cuenta que a la Santísima Trinidad se opone la trinidad infernal.

   4) Por lo tanto, para ser perfectos y reproducir en nosotros a la Santísima Trinidad, debemos luchar ante todo contra la trinidad infernal. ¿Y cuál es esa trinidad infernal? Es, como dice San Juan, la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (1 Jn. 2, 16). Allí tenemos a los 3 enemigos contra los cuales tenemos que luchar todos los días.


     Imitaremos a las Tres Personas de la Santísima Trinidad que se aman entre sí, amando al prójimo como a nosotros mismos, como hemos dicho antes, de manera que formemos un solo corazón y una sola alma, como debe ser entre cristianos, cuanto más hoy en día.

     Concluyamos con un ejemplo, el del diácono Euplio. Lo habían torturado durante mucho tiempo para que renegara de la fe. Tenía mucha sed y sentía grandes dolores. Entonces el juez le grita: “Adora a Marte y Apolo, y tendrás agua abundante para beber”. El mártir contestó: ¡Yo adoro al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que me darán a beber dentro de poco el agua viva del goce eterno! Y doblando las rodillas, inclinó la cabeza, como si bebiera de un río invisible, y enseguida murió. También nosotros, al mundo, ídolos, placer, dinero, orgullo, contestemos como el mártir: la Santísima Trinidad me dará la única y verdadera felicidad.

     Que la Santísima Virgen (Hija del Padre, Madre del Hijo, y Esposa del Espíritu Santo) nos enseñe a honrar y agradar a la Santísima Trinidad.


El Rvdo. Padre Héctor Lázaro Romero, es Director de la revista digital "INTEGRISMO" 
a la cual pueden acceder desde su enlace, ubicado en el margen izquierdo del blog.

El Padre Romero tiene a bien celebrar ocasionalmente la Santa Misa, 
por las personas e intenciones de nuestros amigos y colaboradores.

Si alguien necesitase aplicar una Santa Misa por un difunto
o por una necesidad grave, pueden escribirnos un correo electrónico a:
traditio@hotmail.com

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