martes, 17 de mayo de 2016

SOY MARÍA DEL BUEN SUCESO, REINA DEL CIELO Y DE LA TIERRA ( I PARTE )



          El Convento de la Inmaculada Concepción fue el primer convento de religiosas en la ciudad de Quito, Ecuador. La nobleza católica de la ciudad de Quito pidió al Rey Felipe II este favor, para que las mujeres de la provincia pudieran disfrutar de los beneficios de la vida religiosa.
          Cinco hermanas profesas de la Orden fueron enviadas desde España, como Madres Fundadoras del nuevo Convento. Estuvieron acompañados por una niña de 13 años de edad, Mariana de Jesús Torres, la sobrina de la madre superiora. Ella se convertiría en la más conocida de las Madres Fundadoras, pero permaneció casi desconocida fuera del Ecuador hasta el siglo XX. El convento se fundó oficialmente el 13 de enero de 1577

      La joven aprendiz hizo un rápido avance en la vida espiritual y disfrutó de muchos favores del cielo. También practicaba la penitencia severa y fue elegida por Dios para sufrir como alma víctima. Muchos de sus sufrimientos fueron ocasionadas por sus hermanas de religión, que eran poco estrictas, y que se rebelaban contra la forma austera de vida insistida por la Beata Beatriz de Silva y las madres fundadoras españolas, y requerido por la Santa Regla de la Comunidad. Finalmente, la Madre Mariana fue elegida para ser abadesa en lugar de su tía enferma, que murió poco después.


         Fue el 2 de febrero de 1594 que la Santísima Virgen se apareció por primera vez a la joven abadesa.

         La madre Mariana, con la frente en tierra, con lágrimas y suspiros, suplicaba a la Divina Majestad remedio para los muchos males que afligían aquella floreciente cristiandad y su convento.

         Oyó entonces una voz celestial que la llamaba por su nombre. Vio frente a ella a Nuestra Señora refulgiendo en medio de una inmensa claridad. Traía al Niño Jesús en el brazo izquierdo, y un báculo de oro en la mano derecha.
— “Soy María del Buen Suceso, Reina de los Cielos y de la Tierra”, le dijo la Madre de Dios. “Tus oraciones, lágrimas y penitencias son muy agradables a nuestro Padre celestial[...] Ahora quiero que esfuerces tu corazón y que no te abata el sufrimiento: larga será tu vida para gloria de Dios y de tu Madre que te habla. Mi Hijo Santísimo te regala el dolor en todas sus formas; y, para infundirte el valor que necesitas, tómale de mis brazos en los tuyos”.

Al recibir al Niño Jesús en sus brazos, sintió el mayor deseo de sufrir y de consumirse como víctima para aplacar la Justicia Divina, si fuera posible, hasta el fin del mundo.
En la segunda aparición, el 16 de enero de 1599, la Santísima Virgen le dio a conocer diversos hechos futuros. Al despedirse de la madre Mariana de Jesús, Nuestra Señora le manifestó:
“Es voluntad de mi Hijo Santísimo que tú misma mandes a trabajar una estatua mía, tal como me ves y la coloques encima de la Silla de la Prelada, para desde allí gobernar mi monasterio [...] para que entiendan los mortales que yo soy poderosa para aplacar la Justicia Divina, alcanzar piedad y perdón a toda alma pecadora que acuda a mí con corazón contrito, porque soy la Madre de Misericordia y en mí no hay sino bondad y amor”.
En los años siguientes, la religiosa sufrió un terrible calvario. Sólo el 5 de febrero de 1610 se pudo contratar al escultor designado por Nuestra Señora.

( CONTINUARÁ )

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