sábado, 10 de septiembre de 2016

NUESTRA SEÑORA, CO-REDENTORA DE LAS ALMAS


  «La Anunciación del ángel a María

 fue el inicio de nuestra Redención» 

(San Beda, el Venerable, Doctor de la Iglesia)


   El prefijo “co” indica en “colaboración”, “unión”. Decir que la Santísima Virgen es Corredentora significa decir que ha colaborado en la obra de la Redención de un modo singularísimo en unión con Jesucristo y nunca sin Él. 

   María estaba predestinada, por su Maternidad divina, a la función de Medianera universal entre Dios y los hombres, como lo demuestran la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio. Los mejores teólogos, generalmente de la escuela tomista, dan la razón teológica de ello. 

   El Padre Réginald Garrigou-Lagrange escribe que María es Medianera con subordinación a Cristo:

      ) Porque cooperó al sacrificio de la cruz (con la satisfacción o la compasión y el mérito). 

     ) Porque intercede continuamente por nosotros en el Cielo ante su Hijo, alcanzándonos y distribuyéndonos todas las gracias que precisamos con vistas a la salvación eterna. 

   La Mediación de María es ascendente (presenta a Dios las plegarias de los hombres) y descendente (da a los hombres las gracias divinas). María cooperó al Sacrificio de la Cruz y a la Redención de Cristo por modo de satisfacción, de manera subordinada a Cristo, único Mediador principal de la Redención del género humano; es decir: reparó la Justicia Divina ofendida por el pecado de Adán volviéndonos a Dios propicio y amigo. 






   ¿Cómo llevó a cabo Nuestra Señora la Co-Redención? 


   Ofreció a Dios en el Gólgota, con enorme dolor y grandísimo amor, la vida de su Hijo, queridísimo para ella y a quien adoraba. Y lo hizo por nosotros los hombres, hijos de Adán, privados de la vida sobrenatural. Jesús satisfizo por nosotros de condigno a la justicia divina, o sea, en rigor de justicia, por ser Dios. María, en cambio, que no dejaba de ser una criatura, aun siendo verdadera Madre de Dios, mereció de congruo, esto es, por razón de conveniencia o por benevolencia de Dios, lo que Jesús mereció de condigno, por lo que el derecho al rescate de la humanidad se funda, en María, en el amor gratuito de Dios o in iure amicabili [en los derechos de la amistad], no en la estricta justicia, como en el caso de Jesús. 

   María es Corredentora en este sentido: porque recompró con Cristo, en Cristo y por medio de Cristo al género humano, extraviado por el pecado original. Tal razón teológica la corroboró el Magisterio pontificio (cf. San Pío X, encíclica Ad diem illum, de 1904, DS 3370: «María mereció de congruo, como dicen los teólogos, lo que Cristo mereció de condigno»; cf. asimismo Benedicto XV, carta apostólica Inter sodalicia, de 1918, DS 3634, nº 4: «inmoló a su Hijo, de manera que se puede decir, con razón, que ella redimió al género humano con Cristo y bajo Cristo”). 

   Fue Santo Tomás de Aquino quien explicó la doctrina del mérito y la distinción entre el mérito de congruo y el de condigno (S. Th. I-II, q. 114, a. 6), y los tomistas las aplicaron a la corredención de María subordinada a la redención principal de Cristo. 

   Santo Tomás enseña que se requieren dos condiciones para que una persona pueda llamarse mediadora: 1ª) hacer de medio entre dos extremos (mediación natural, física u ontológica); 2ª) juntar ambos extremos (mediación moral) (S. Th. III, q. 26, a. 1).

   En conclusión, el mediador es una persona que se interpone ontológicamente entre otras dos con su presencia física para juntarlas, o que las junta de nuevo moralmente con su acción (si estaban unidas en un primer tiempo y luego se malquistaron). Ahora bien. María posee a la perfección estas dos características: ontológicamente está en medio, entre el Creador y la criatura, al ser verdadera Madre del Verbo encarnado y auténtica criatura racional; y como verdadera Madre de Dios redentor trabajó por volver a juntar al hombre con Dios. Por eso tiene algo en común con los dos extremos, bien que sin identificarse completamente con ellos: se acerca al Creador en cuanto Madre de Dios; mientras que, por otro lado, se acerca a las criaturas por ser verdadera criatura. De aquí que convenga con los dos extremos en cierto sentido, y que en otro se distancie de ellos. 

   María, además de mediar ontológicamente entre Dios y el hombre, ejerce asimismo una mediación moral entre ambos: con su “fiat” a la encarnación del Verbo, el cual muriendo en la cruz, restituyó al hombre, herido por el pecado de Adán, lo que había perdido: Dios, o su gracia santificante, y lo restableció en la filiación sobrenatural de Dios al hacer que volviera a hallar la gracia divina; y todo ello a sabiendas y voluntariamente (cooperación remota o preparatoria a la redención de Cristo). María sabía, cuando respondió al arcángel Gabriel «ecce Ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum» (Lc 1, 38), que el Redentor salvaría a la humanidad muriendo en la cruz (cooperación formal a la redención), como había sido predicho por los profetas del Antiguo Testamento y como le había dicho el propio Gabriel: «y concebirás en tu seno, y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, que significa salvado» (Lc 1, 31). De aquí que no fuera sólo Madre de Dios, sino Madre de Dios crucificado para la redención del género humano




   Podemos, pues, afirmar con San Beda: «La Anunciación del ángel a María fue el inicio de nuestra Redención» (PL 94, 9). Los errores de los protestantes y de los modernistas Verdad es que Cristo constituye el único Redentor y Mediador universal de todos los hombres (Rom 5, 18; I Tim 2, 5) (6), mas Dios quiso que el Verbo se encarnara en el seno de María y nos salvara con su muerte en la cruz. Estando así las cosas, hay una mediadora secundaria y subordinada (María) cabe el mediador principal (Cristo) (7). Jesús no sólo nos redimió mereciéndonos la gracia mediante su muerte en la cruz, sino que aplica a cada hombre la gracia suficiente para salvarse. Él es el Redentor y el Dispensador principal de toda gracia. La redención universal (en acto primero o en el ser) es el fundamento de la dispensación universal (en acto segundo o en el obrar). Otro tanto se debe decir, analógicamente, de la corredención y dispensación de toda gracia por parte de María. 

   En efecto, también María nos recobró la gracia como Corredentora, de manera subordinada a Cristo, y, además, distribuye la gracia a cada cual por voluntad de Dios. María no es sólo Dispensadora de la gracia, como pretendían algunos mariólogos minimalistas, sino que es asimismo, realmente y por voluntad de Dios, Corredentora subordinada a Cristo: María junta de nuevo a los hombres con Dios; no se limita a distribuir la gracia a todo el que la quiera recibir. 

   La Mediación o Corredención de María no es principal o equivalente a la de Cristo (o sea, no hay dos “redentores: Cristo y María”), sino secundaria (Cristo es Dios; María, una criatura finita, aunque sea verdadera Madre de Cristo en cuanto verdadero hombre); la corredención de María no es tampoco independiente de la de Cristo, o colateral, sino subordinada a la de Cristo; no es suficiente por sí misma, sino que saca su valor de la encarnación y muerte del Verbo; no es absolutamente necesaria, sino que su necesidad es tan sólo hipotética, es decir, fue querida libremente por Dios, que habría podido elegir otro modo de redimir a la humanidad. 

   La mariología católica, pues, no le sustrae a Cristo el título de Mediador, Redentor y Dispensador de toda gracia para conferir dichas prerrogativas a María, como dicen erróneamente los protestantes y los modernistas. San Pablo reveló, por lo que es doctrina de fe, que «porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús» (I Tim 2, 5). 

   Jesús es el mediador principal, absoluto, independiente y suficiente por sí mismo. Pero eso no excluye -antes bien, admite implícitamente- la cooperación secundaria, subordinada, dependiente, ineficaz por sí misma y sólo hipotéticamente necesaria de María, que aceptó libremente y con conocimiento de causa hacerse Madre del Verbo encarnado y redentor. María Corredentora es el título que resume en una sola palabra la mediación de María entre Dios y el hombre herido por el pecado original, es decir, su cooperación a la redención del género humano



   



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