viernes, 4 de noviembre de 2016

SAN CARLOS BORROMEO, MODELO DE LOS OBISPOS CATÓLICOS




   Nació el año 1538 en Arona, Lombardía. Pertenecía a la ilustre familia de los Médicis, y había recibido una educación universitaria en Pavía. Era un joven austero, trabajador y responsable.


   Fue uno de los mas insignes promotores de la reforma católica. Sobrino carnal del Papa Pío IV, fue Secretario de Estado a los veintidós años, y luego Cardenal y Arzobispo de Milán.

   Intervino en las cuestiones más delicadas, en la revisión de la Vulgata, del Misal y del Breviario. Se preocupó también de la composición del Catecismo Romano.

   Debemos a San Carlos Borromeo  la terminación del Concilio de Trento y las primeras medidas para su implantación en la Iglesia. 

   Aliviaba su tensión con el amor al arte y a la música -era un virtuoso del violoncelo y alguna distracción con el ajedrez, la pelota y la caza.
   Al morir Pío IV se trasladó Milán, donde gobernó su diócesis como uno de los más celosos y mas santos obispos que haya tenido la Iglesia. Emprende una gran acción reformadora y trabaja a un ritmo acelerado. Reúne seis Concilios y once Sínodos para aplicar los decretos de Trento. Funda cinco seminarios para preparar dignos sacerdotes. Recorre su extensa diócesis y multiplica las obras de caridad.


   Tuvo el Consuelo de dar la Primera Comunión a San Luis Gonzaga. 

   Después de fundar en Milán una casa de convalecencia, San Carlos partió a Monte Varallo para hacer su retiro anual. Antes de partir, había predicho a varias personas que le quedaba ya poco tiempo de vida.

   En efecto, el 24 de octubre se sintió enfermo y, el 29 del mismo mes, partió de regreso a Milán, a donde llegó el día de los Fieles Difuntos. La víspera había celebrado su última Misa en Arona, su ciudad natal. Una vez en el lecho, pidió los últimos sacramentos y los recibió de manos del arcipreste de su catedral. 

   Al principio de la noche del 3 al 4 de noviembre, murió apaciblemente, mientras pronunciaba las palabras "Ecce venio". No tenía más que cuarenta y seis años de edad. La devoción al santo cardenal se propagó rápidamente. En 1601, el Cardenal Baronio, quien le llamó "un segundo Ambrosio", mandó al clero de Milán una orden de Clemente VIII para que, en el aniversario de la muerte del arzobispo, no celebrasen Misa de requiem, sino una Misa solemne.


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