domingo, 5 de noviembre de 2017

LA VENERACIÓN A LAS SAGRADAS RELIQUIAS DE LOS SANTOS

     

     La Liturgia Católica conmemora hoy los sagrados restos de los Santos y Mártires reconocidos por la Iglesia a lo largo de los siglos. Pese a que tras en el nefasto "Concilio Vaticano II" la devoción por las Reliquias decayó entre el pueblo fiel, comprobamos que en los últimos años, hay un nuevo resurgir en ese amor por aquellos benditos recuerdos de las Almas Bienaventuradas; seamos sensibles y cuidadosos con las Reliquias de los Santos: cuidemos especialmente las que estén a nuestra veneración, teniendo sincero cariño por aquellas que pertenecieron a los Santos de nuestra particular devoción.





     En la Sagrada Escritura, en el II Libro Reyes, (en el capítulo 13, versículos 20-21) podemos leer sobre un hombre muerto que es traído de nuevo a la vida después de que su cadáver estuviera en contacto con los retos del Santo Profeta Elías:

   “...tan pronto como el hombre toco los huesos de Elías, revivió, y se puso de pie.”

   En el Nuevo Testamento encontramos esta historia en el Evangelio de San Marcos, en el capítulo 5, versículos 25-34:

  “Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado todos sus bienes sin provecho alguno, antes bien, yendo a peor, habiendo oído lo que se decía de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto.

   Pues decía: ‘Si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, me salvaré’.

   Inmediatamente se le secó la fuente de sangre y sintió en su cuerpo que quedaba sana del mal”.

   E
n Hechos de los Apóstoles cuenta como los cristianos le preguntaron a San Pablo si podían tocar sus pañuelos y las demás ropas.

    Y cuando estás ropas fueron dadas a los enfermos o a los poseídos, “…bastaba aplicar a los enfermos los pañuelos o mandiles que había usado y se alejaban de ellos las enfermedades y salían los espíritus malos” (Libro de los Hechos, capítulo 19, versículo 12).





    Aun en tiempos de persecución los primeros Cristianos hacían un esfuerzo para recuperar los restos de los mártires así podrían darles santa sepultura.

    Una carta del año 156 d.C. describe el Martirio del Obispo de Esmirna, San Policarpo. Las autoridades romanas ordenaron que su cuerpo fuera quemado, pero los Cristianos de Esmirna buscaron entre las cenizas algún rastro del Santo que no hubiera sido consumido por las llamas.

   “Buscamos sus huesos”, escribió el autor anónimo de la carta, “los cuales son más valiosos incluso que piedras preciosas o más finos que el oro más puro, y los colocamos en un lugar adecuado, donde el Señor nos permita reunirnos, mientras seamos capaces, con alegría y regocijo, celebrar el día de nuestro mártir.”

    También se convirtió en una costumbre entre los primeros Cristianos reunirse en la tumba de un mártir para celebrar sobre ella el Santo Sacrificio de la Misa.

    Ese es el origen de la tradición de celebrar la Santa Misa sobre las Reliquias de un Mártir, contenidas en la piedra ara del altar; también se extendió la tradición de conservar algunos huesos en los altares de iglesias que recién se consagraban al culto. 


LAS RELIQUIAS EN EL ALTAR

     De acuerdo con "Pontifical Romano” (De Eccles. Consecratione) dentro del Altar han de ir las Reliquias de dos Mártires canonizados, aunque la Sagrada Congregación de Ritos (16 feb. 1906) decidió que si se coloca en ella la reliquia de un solo Mártir, la consagración es válida. A éstos se puede añadir correctamente las Reliquias de otros santos, especialmente de aquellos a cuyo honor se ha consagrado la iglesia donde está el Altar. Estas Reliquias deben ser partes reales de los cuerpos de los Santos, no sólo de sus prendas de vestir o de otros objetos que puedan haber usado o tocado; las reliquias, además, deben ser autenticadas


Hueco preparado en la piedra ara del altar, 
para colocar en el reliquias


     Si el altar es fijo o inmóvil, las reliquias se colocan en un relicario de plomo, plata, u oro, que debe ser lo suficientemente grande para contener, además de las reliquias, tres granos de incienso y un pequeño trozo de pergamino en el que está escrita una atestación de la consagración. Este pergamino es generalmente encerrado en un recipiente de cristal o pequeño vial, para evitar su descomposición. 



Pequeño altar "de viaje" dotado de la piedra ara,
sin la cual no se puede celebrar la Santa Misa


     El tamaño de la cavidad varía en función del tamaño del relicario. Si se trata de un altar portátil, las reliquias y los granos de incienso se colocan inmediatamente en la cavidad, es decir, sin un relicario. Esta cavidad debe ser labrada en la piedra natural del altar. Por lo tanto, a menos que el altar sea un solo bloque de piedra, se inserta un bloque de piedra natural con la finalidad de apoyo.





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