sábado, 18 de noviembre de 2017

NUESTROS PASTORES (XII): BUENAVENTURA CODINA Y AUGEROLAS, OBISPO DE CANARIAS



     Buenaventura Codina y Augerolas nació el 3 de Junio de 1785 en Hostalrich, provincia de Gerona, España. Hijo de un herrero, creció en una familia numerosa de ocho hermanos. Realizados los estudios primarios completó su formación en la Universidad de Cervera donde se graduó en Filosofía y Teología.

     Ingresó en la Congregación de la Misión de San Vicente de Paúl en la que llegó a ser Visitador Superior de la Congregación en España en al año 1841. 

     Una vez que se incorporó a la Comunidad de Badajoz en 1828, fue el brazo derecho de los Visitadores, recayendo en él desde 1833 todo el peso de la superioridad de la Casa Central en donde se formaban las nuevas generaciones y se organizaban numerosas tandas de ejercicios espirituales para seglares, sacerdotes y ordenándoos, El 24 de Julio de 1834 se produce si estallido de las célebres matanzas de religiosos.




OBISPO DE CANARIAS

     Propuesto por el Gobierno de la Reina Isabel II para el Obispado de Canarias, llegó a Las Palmas de Gran Canaria, capital de su nueva Diócesis, el 14 de Marzo de 1848. 

     Al llegar a la Diócesis se encuentra con un Seminario que presentaba un estado deplorable. El número de alumnos era exiguo, apenas unos catorce, No se admitían más por falta de local disponible. Como rector del Seminario al que era entonces cura ecónomo de Artenara, el Rvdo. Don Pedro González, y en unión con él sigue personalmente si nuevo plan de formación académica y espiritual de los alumnos, Hacia si final de su episcopado encomienda a los jesuitas la dirección del Seminario que en ese momento no sólo llegó a tener un número muy elevado de alumnos (unos 50) sino que se convirtió en uno de los principales centros culturales y educativos de la región.

     El Cabildo Catedral se hallaba en igual estado de postración y casi de extinción. Gracias a las gestiones hechas personalmente por el Obispo Codina ante la Corte logran recomponer el Cabildo y se ocupan todas la prebendas en clérigos que destacan no sólo por sus cualidades intelectuales, sino pastorales, como si Arcediano Rafael Monje o los hermanos Jacinto y Rafael Pantoja.




     Jamás dejó el Obispo Codina de pertenecer en cuerpo y alma al espíritu de la Congregación de la Misión, de la cual nunca quiso separarse. Ya en su viaje de ida a Canarias le acompañó el entonces sacerdote del clero secular y más tarde santo,  Antonio María Claret y Clará, con la única finalidad de misionar su Diócesis. Estas comenzaron en la Catedral del 20 de Marzo de 1848 con un fruto tan extraordinario que al decir de muchos historiadores que para conocer la trayectoria de la Iglesia en Canarias hay que dividirla en antes y después de la misión del P. Claret. El misionero nunca se vio solo, pues el mismo Obispo explicaba cada día un punto de la doctrina cristiana’ e impartía el sacramento de la penitencia en la misma catedral y en ocasiones en otros templos a los que podía acudir. Este talante misionero lo ejerció Codina con igual intensidad en las dos Visitas Pastorales que hizo por toda la Diócesis.

LA EPIDEMIA DE CÓLERA

     El 8 de Junio de 1851 se declaró oficialmente la epidemia del “cólera morbo” que al parecer había sido importada desde Cuba. El terror se apoderé de la población y las tres cuartas partes de la población huyó a los pueblos del interior. Huyeron también las autoridades civiles, militares y judiciales. Los cuatro párrocos de la ciudad recorrían cada día con la Unción de enfermos los barrios extremos de su feligresía y el Obispo Codina acompañado de su hermano visitaba los más cercanos de Triana y Vegueta, regresando sólo al mediodía a su Palacio, para tomar una breve comida, y luego continuar hasta el anochecer en esta tarea.

     Muertos varios capellanes del hospital de San Martín, y no teniendo con quien sustituirles se trasladó el mismo al establecimiento, donde pasaba todo el día ejerciendo de capellán y enfermero. Por fin el 9 de Agosto la epidemia se declaró finalizada, pero la población de Las Palmas se vio reducida a la mitad. La epidemia dejé como rastro generalizado una situación grave de miseria. De este despojo en favor del necesitado el hecho de su renuncia a la Gran Cruz de Isabel la Católica, pues decía que ese dinero estaría mejor empleado en los pobres de su Diócesis, llevando como pectoral una sencilla cruz de madera.




EXPULSADO DE LOS PADRES PAÚLES

     Los últimos años de su vida los pasó sumido en una profunda noche oscura. Todo parece indicar, según afirma su paje, que si P. Etienne, Superior de la Congregación, le notificó su expulsión de la misma por no haber dado cuenta de su nombramiento de Obispo y haberse consagrado sin su autorización. El Obispo le contestándole cuenta de la triple renuncia que hizo a su obispado y si precepto de obediencia con que si Papa le obligó a aceptar si cargo. Estas amargas circunstancias originaron, en palabras del paje cronista, “la decadencia física vertical del Sr. Obispo”. Finalmente un accidente en la parroquia de Tafira le originó una hidropesía que le ocasionó la muerte si 18 de Noviembre de 1857.




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