jueves, 1 de marzo de 2018

OREMOS POR LA SANTIDAD DE NUESTROS SACERDOTES




     En el tradicional esquema de piedad de La Semana del Buen Cristiano dedicamos el día Jueves al Misterio Eucarístico y a orar por la santidad de los sacerdotes católicos; lo hacemos precisamente este día porque fue Nuestro Señor mismo quien eligió el Jueves Santo para instituir el Sacerdocio Católico y el Santo Sacrificio de la Misa. 

     De forma sencilla explicaba esto mismo el Romano Pontífice Pío XI en la Encíclica "Sobre el Sacerdocio Católico"; hacía poco de la valiente entrega de tantos Sacerdotes en México, que dieron su vida por Dios y Su Santa Iglesia. Transcurridos unos meses, aquella entrega martirial de los cristeros mexicanos, sería nuevamente rubricada en la Madre Patria, donde también miles de seglares, Sacerdotes, religiosos y algunos Obispos, fueron asesinados por el simple hecho de ser católicos.

     Por tanta sangre derramada por nuestros Gloriosos Mártires, los sacerdotes de hoy debemos dar valiente testimonio de ser hombres de Dios, íntegros, austeros, pobres y dispuestos siempre a abrazar la cruz martirial de la indiferencia o marginalidad.




AD CATHOLICI SACERDOTII
Del Romano Pontífice Pío XI
20 de Diciembre de 1935


          Nuestro Señor Jesucristo, en la última Cena, aquella noche en que iba a ser entregado, declarándose estar constituido Sacerdote Eterno según el orden de Melquisedec, ofreció a Dios Padre Su Cuerpo y Sangre bajo las especies de pan y vino, lo dio bajo las mismas especies a los Apóstoles, a quienes ordenó Sacerdotes del Nuevo Testamento para que lo recibiesen, y a ellos y a sus sucesores en el Sacerdocio mandó que lo ofreciesen, diciéndoles: «Haced esto en memoria mía».


          Y desde entonces, los Apóstoles y sus sucesores en el Sacerdocio comenzaron a elevar al Cielo la ofrenda pura profetizada por Malaquías, por la cual el Nombre de Dios es grande entre las gentes; y que, ofrecida ya en todas las partes de la Tierra, y a toda hora del día y de la noche, seguirá ofreciéndose sin cesar hasta el Fin del Mundo.

          Verdadera acción sacrificial es ésta, y no puramente simbólica, que tiene eficacia real para la reconciliación de los pecadores en la Majestad Divina: Porque, aplacado el Señor con la oblación de este Sacrificio, concede Su gracia y el don de la penitencia y perdona aun los grandes pecados y crímenes.

          La razón de esto la indica el mismo Concilio Tridentino con aquellas palabras: «Porque es una sola e idéntica la Víctima y quien la ofrece ahora por el ministerio de los Sacerdotes, el mismo que a Sí propio se ofreció entonces en la Cruz, variando sólo el modo de ofrecerse».

          Por donde se ve clarísimamente la inefable grandeza del Sacerdote Católico que tiene potestad sobre el Cuerpo mismo de Jesucristo, poniéndolo presente en nuestros altares y ofreciéndolo por manos del mismo Jesucristo como Víctima infinitamente agradable a la Divina Majestad.




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