jueves, 29 de septiembre de 2011

EL HÁBITO Y EL MONJE, por PLINIO CORREA DE OLIVEIRA


Parece acentuarse en algunos medios la incomprensión en cuanto al uso de la sotana por sacerdotes y religiosos. La sabiduría de la Santa Iglesia, entretanto, no falla. Y es ineludible su preferencia por la sotana
¿No será un asunto de menor valor? "Aquila non capit muscas". La Iglesia no se preocupa por niñerías.  Y si Ella toma un postura referente al tema es debido a que no es ociosa ni vacía.

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Para comprender el pensamiento de la Iglesia, debemos pasar a consideraciones más generales
Está en el orden natural de las cosas, que el hombre refleje su alma en la fisonomía, en la voz, en su actitud, en sus movimientos. Y como la vestimenta debe revestir el cuerpo humano, es natural que el hombre use también de él como elemento de expresión. Teniendo en cuenta que la vestimenta se presta para esto de manera eximia
Es que la necesidad de expresión del alma es consecuencia imperiosa del instinto de sociabilidad. Por donde, negar al hombre esta posibilidad es, en sí, falsear la forma de ser del alma
Por eso, las costumbres sociales consagraron en todos y lugares ciertos tipos de trajes típicos o característicos de profesiones o estado de vida, que exigían una conformación de alma muy peculiar. Y siempre se entendió con razón que, el traje profesional auxilia al hombre a realizar por completo su mentalidad. De un militar que tuviese antipatía hacia el uniforme, de un juez que tuviese odio a la toga, nada resultaría bueno. Por el contrario, ¿cómo negar respeto al Clérigo que ama su sotana, y de ella se ufana? Si un ejército suprimiese el uso del uniforme, ¿no se le daría un duro golpe a su espíritu?
Se dice, pues, que el hábito no hace al monje o el uniforme no hace al héroe, es y no es verdad. En efecto, el hombre no se vuelve monje, o militar auténtico, sólo por adoptar el traje propio a su estado. Pero el hábito monacal facilita al hombre de buena voluntad convertirse en buen monje. Y lo mismo se podría decir del uniforme.

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¿Como ilustrar, dentro de los estilos de esta sección, el efecto de la indumentaria sobre el estado de espíritu de un hombre?
Para que nadie quede susceptible, nos abstenemos de ejemplos muy recientes. Y tomamos como material de análisis una figura histórica que está comenzando a emerger de la niebla de un pasado remoto. Se trata de Guillermo II, Rey de Prusia y Emperador alemán: el Kaiser.
Sería imposible probar que Guillermo II fue militar hasta la médula de su alma. No fue un gran general, ni era esta su función. Mas su mentalidad, su estilo de vida, su estilo de gobierno prueban que como hombre, como jefe de familia, como soberano, el Kaiser fue siempre y antes de todo, un militar
Aquí lo vemos en una parada militar, presto a transmitir el bastón de comando a un alto oficial. Espléndidamente uniformado, montado con una naturalidad llena de garbo en su corcel, el Emperador se siente visiblemente en su elemento, en una situación en que se desplaza con seguridad, con desahogo, con brillo, con toda su personalidad. El rostro, el porte, el gesto, manifiestan la pasión militar que, cuanto más se exterioriza, tanto más se afirma

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Por el contrario, en traje civil se diría que ni siquiera es el mismo hombre. Su personalidad parece apagada y su actitud obligada. Sus cualidades militares trasuntan en la medida de lo suficiente para contrastar con la indumentaria. Si el Kaiser y todas sus topas tuviese que usar tal traje civil, ¿el ejército alemán habría sido lo que fue?
Evidentemente no. Porque si el uniforme no hace un buen soldado, ayuda mucho al militar a adoptar el espíritu de su clase... ¿Y porque no valdría para el Clero, mutatis mutandis, el mismo principio?





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